domingo, 2 de junio de 2013

Ser paleontólogo

En esta entrada pretendo hablar un poco de la labor del paleontólogo, desde el punto de vista del estudio de los vertebrados del Cuaternario (que es el que mejor conozco).

Antes de nada habría que preguntarse ¿por qué nos resulta atractiva la paleontología? Aunque es evidente que los fósiles son muy atractivos de por sí, realmente esta pregunta nos lleva a nuestra niñez. Raro es el niño al que no le resultan atractivos los dinosaurios. Habrá también muchos a los que les atraigan los mamuts, los trilobites y, en general, animales espectaculares que ya no existen. La paleontología excita nuestra imaginación, nos hace pensar en mundos y seres diferentes pero reales, faunas que habitaron el mismo espacio en que vivimos nosotros, pero hace muchísimos años. Es una especie de ciencia ficción, pero no es ficción. Ese matiz de no-ficción es lo que le hace atrayente no solo a los niños sino también a muchos adultos. Además, es una ciencia en la que todavía hay mucho por conocer, por lo que la búsqueda de fósiles nos brinda la permanente oportunidad de descubrir algo nuevo, algún aspecto que nos permite conocer con más precisión ese mundo fantástico pero real que aconteció a nuestros pies hace miles o millones de años.

Excavando un cráneo en el interior de una cueva
Foto: Javier Calzada
El estudio del Cuaternario tiene, desde mi punto de vista, un atractivo adicional: el Cuaternario es el mundo en el que vivimos actualmente, es mucho más cercano en el tiempo y sus faunas no son muy diferentes de las actuales, de hecho muchas de las especies que vivieron durante la edad del hielo aún sobreviven hoy en día. No estamos hablando de tiempos lejanos, como el Jurásico, donde los seres que dominaban el planeta (dinosaurios, ictiosaurios, plesiosaurios…) eran radicalmente diferentes a todo lo que conocemos actualmente, sino de un mundo muy semejante al nuestro. En el Cuaternario, además, había también especies que nos resultarían espectaculares si las viésemos hoy, como el ciervo gigante, el oso de las cavernas, el mamut o el rinoceronte lanudo, las cuales se han extinguido en tiempos geológicamente muy recientes, hace unos diez milenios o menos. También hay otras especies que hoy se encuentran relegadas a las regiones árticas del planeta, como el reno o el buey almizclero, y que hace unos pocos milenios campaban por nuestra tierra. Resulta también apasionante para el estudioso del Cuaternario saber que nuestros antepasados Homo sapiens, anatómicamente idénticos a nosotros, vivían en las cuevas de nuestra región y compartían el territorio con estos animales, a los cuales representaron magistralmente en las paredes de las cuevas. Este detalle nos hace mucho más cercano este mundo tan diferente al que conocemos.
La paleontología del Cuaternario, por ser tan cercana en el tiempo, nos proporciona una información muchísimo más abundante y precisa, por lo que se requiere la participación de equipos multidisciplinares que se ocupen de los diferentes aspectos de cada yacimiento. Para empezar, es necesario el trabajo de varios paleontólogos que se dediquen al estudio de los fósiles de diversos grupos de animales: grandes mamíferos, micromamíferos, aves, reptiles, anfibios, peces, moluscos… (aunque no siempre tenemos la suerte de contar con especialistas en todos estos campos); los paleoantropólogos se ocupan del estudio de los fósiles humanos (cuando se tiene la inmensa fortuna de encontrarlos); los arqueólogos estudian los vestigios de actividad humana en el yacimiento (restos de herramientas líticas, restos de alimentación, arte rupestre, etc.). Otros especialistas cuya aportación es muy importante son los palinólogos, (estudian el polen y esporas y, por consiguiente, la vegetación que había), los antracólogos (estudian los carbones vegetales), los sedimentólogos (estudian el origen de los sedimentos en los cuales se hallan los fósiles), los restauradores (encargados de reconstruir y consolidar las piezas que se han extraído), los geocronólogos (que nos van a decir con precisión cuál es la edad de los fósiles) y otros. En los equipos, además de especialistas, también suele haber un buen número de estudiantes que ayudan en las tareas de excavación, lavado del sedimento, limpieza de las piezas, restauración de las piezas, siglado, realización de bases de datos, etc., al tiempo que van aprendiendo. Así que los equipos de Cuaternario solemos constituir una “gran familia”, aunque no siempre tenemos la suerte de poder reunirnos equipos tan grandes de especialistas.

Los yacimientos cuaternarios pueden ser de diversos tipos, aunque la mayoría de ellos corresponden a dos
Excavación al aire libre en Pinilla del Valle (Madrid)
Foto: Diego J. Álvarez Lao
tipos principales: yacimientos al aire libre y cuevas. Los yacimientos al aire libre frecuentemente correspondieron originalmente a cuevas o simas que, con el tiempo, colapsaron y dejaron sus sedimentos expuestos al exterior. Este es el caso, por ejemplo, de los yacimientos de Pinilla del Valle. Las condiciones de trabajo son más fáciles, aunque uno se expone a los imprevisibles agentes atmosféricos: calor excesivo (las excavaciones se realizan normalmente en verano), lluvia, etc. En el interior de las cuevas el tema se complica más, pues a menudo el terreno es más abrupto y hasta peligroso. Hay que contar, además, con iluminación eléctrica y con una vestimenta impermeable que nos permita resguardarnos de la humedad, así como un casco que nos proteja de las (frecuentes) colisiones con estalactitas y otros accidentes del terreno. Pero todas las dificultades se olvidan rápidamente en el momento que nos enfrentamos a la excavación del terreno, momento realmente emocionante en el que comienza la búsqueda de vestigios que llevan ocultos desde hace milenios, restos que nos van a dibujar un paisaje con sus animales, sus plantas, sus pobladores humanos, su tipo de vida, etc. Es, realmente, una continua sucesión de sorpresas, nunca sabes si un centímetro más abajo vas a encontrar el diente de reno que te indique que el clima era glacial, o el molar de hiena que te confirme que la cueva estuvo habitada por estos grandes carnívoros, o la herramienta de piedra que dé testimonio de que allí vivieron los neandertales... Este es, sin duda, otro de los aspectos que hacen tan atractivo el trabajo del paleontólogo.

Tras el trabajo en el yacimiento viene la fase del laboratorio: nuestros “tesoros” han de ser lavados, consolidados (es decir, endurecidos para que no se disgreguen), reconstruidos (si es necesario), y siglados. Y, por último, el trabajo del verdadero especialista, es decir, la identificación, clasificación, estudio e interpretación de los restos extraídos. Esta parte suele culminar con la publicación de artículos científicos en revistas internacionales, para que toda la comunidad científica pueda conocer nuestras investigaciones. Posteriormente viene la fase de divulgación, en la que el yacimiento se da a conocer al público por la vía de conferencias, televisión, periódicos, revistas, exposiciones, etc. Esta fase es realmente muy importante para que los ciudadanos tomen conciencia del valioso patrimonio que tienen bajo sus pies. También es muy importante para despertar vocaciones en algunos niños y jóvenes que quizá empiecen a orientar su vida con el objetivo de convertirse en paleontólogos.

Una pregunta que posiblemente puede estar ahora en la cabeza de quienes lean esto es la siguiente: ¿es posible vivir de la paleontología?” Mi respuesta sería que sí. Aunque, como toda labor investigadora, requiere un gran sacrificio personal, mucha motivación y, sobre todo, mucha paciencia. Hay que tener claro en todo momento que nos queremos dedicar a esto. Al principio es normal que pueda haber dudas, pero cuanto más se profundiza en la investigación, más se lea y más se conozca, uno acabe por “engancharse” cada vez más y más de su tema de investigación. Si ocurre así, uno puede estar seguro de que está en “el camino” y no perdiendo el tiempo. Sólo resta hacer bien el trabajo y tener paciencia, y el tiempo acaba dando sus frutos.

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