lunes, 8 de abril de 2013

Mitos y verdades acerca de los mamuts


El hallazgo de restos de mamuts en Siberia y Europa ha sido objeto de mitos, creencias y leyendas diversas a lo largo de siglos, hasta que la ciencia consiguió dar explicaciones lógicas. Vamos a hacer un repaso de algunos de los episodios más llamativos en la historia del conocimiento de estos gigantes lanudos.

Los primeros en conocer la existencia de los restos de mamuts lanudos fueron los pueblos nativos de Siberia. Desde hace siglos estas gentes conocían sus restos, esparcidos por toda Siberia, que afloran en el terreno durante los veranos cálidos en los que la superficie del permafrost (suelo permanentemente congelado) se descongelaba temporalmente. No sólo los conocían sino que, además, les interesaba encontrar las defensas de mamut, que les proporcionaban el preciado marfil, objeto de comercio desde hace dos milenios. Las creencias de estos pueblos nativos de Siberia acerca del origen de los huesos de mamut eran variadas e imaginativas. Para la mayoría de ellos, estos huesos pertenecieron a ratas gigantes que habitaban en el subsuelo y que, a semejanza de los vampiros, morían cuando se veían expuestos a la luz solar. Los dolgans, pueblo de la península de Taymir, aún hoy mantienen la creencia de que es peligroso perturbar los restos de una criatura a la que veneraban sus antepasados, por lo que jamás desenterrarían un mamut, aunque sí pueden recoger las defensas que encuentran en la tundra, para vender su marfil. Para los dolgan la naturaleza de la tierra es sagrada, les está incluso prohibido cavar un hoyo para plantar un árbol, creen que es un sacrilegio.

Otro pueblo indígena del noreste de Siberia, los Yukagir, mantenían aún en el siglo XIX una imaginativa teoría sobre los mamuts. Para ellos no eran animales subterráneos, sino que habían vivido en la superficie terrestre y luego se habían extinguido (hasta aquí estaban en lo cierto). Según su tradición, sostenían que su tamaño y su fuerza habían sido su perdición, ya que su voracidad les había llevado a terminar con todos los árboles de la tierra, transformando el paisaje siberiano en una tundra desarbolada. Los pantanos y terrenos anegadizos de esta tundra habrían constituido, además, una trampa mortal, ya que se habrían tragado a los propios mamuts, cuyos cuerpos se congelarían durante el invierno. Así podían explicar la abundancia de huesos de mamuts en el suelo siberiano.

Pero los restos de mamuts no sólo se hallaban en Siberia, sino también en Europa, donde muchos creían que estos grandes huesos (tanto de mamut como los de otros elefantes fósiles o incluso de dinosaurios) habían pertenecido a monstruos o a gigantes. Se cree, de hecho, que el mito de los cíclopes procede del hallazgo de huesos de mamuts y elefantes, pues su cráneo posee una gran cavidad en posición central (en la base de la trompa) que, según se creía, podía constituir la cuenca ocular del único ojo de estos gigantes.

Tanto o más imaginativas resultan algunas tradiciones de la iglesia, especialmente en España, donde los restos de grandes vertebrados llegaron a venerarse como reliquias de santos. Así, en el siglo XV, la iglesia de Valencia sacaba en procesión por sus calles un molar de mamut que, se creía, era un diente de San Cristóbal. Esta creencia está más extendida de lo que se cree y aún hoy, en muchas iglesias de España, se conservan fósiles de grandes vertebrados como reliquias de santos. 

No fue hasta finales del siglo XVII cuando unos restos de mamut hallados en Alemania fueron identificados, por vez primera, como pertenecientes a un tipo de elefante. Tampoco faltaron entonces las teorías imaginativas: algunos intelectuales de la época, como Pedro el Grande, sugirieron que los restos de mamuts hallados en Europa y Siberia pertenecieron a elefantes extraviados de las tropas de Alejandro Magno. Otros aseguraban que se trataba de elefantes africanos que habían sido barridos hacia en norte durante la inundación ocurrida en el diluvio universal, descrita en la Biblia.

Primera representación del mamut de Adams, realizada
a partir de descripciones indirectas. Fuente
Por fin, a finales del siglo XVIII, el gran paleontólogo francés Georges Cuvier, realizó un estudio comparativo concluyendo que los restos de mamut eran diferentes a los del elefante africano y que estaban adaptados para vivir en el clima frío, lo que echaba por tierra las teorías anteriores. A comienzos del siglo XIX se recuperó el primer cadáver de mamut que aún conservaba piel y pelo. Este ejemplar se descubrió en 1799 aunque, debido a la dificultad para realizar grandes expediciones de rescate en aquel entonces, no pudo ser recuperado hasta 1806. Este extraordinario hallazgo se bautizó como el mamut de Adams en honor al científico que recuperó sus restos, Michael Adams. Cuando por fin llegó al cadáver del mamut, siete años tras su descubrimiento, sólo pudo recuperar sus huesos, la mayor parte de la piel y buena parte del pelo. La mayor parte de la carne había sido arrancada por los habitantes de la zona para alimentar a los perros; otra parte había sido devorada por osos, lobos y zorros. No obstante, aquel hallazgo fue el primero que añadió pelo al concepto que entonces se tenía del mamut, indicando su avanzada especialización al frío. Las defensas del mamut de Adams fueron vendidas a un mercader de Yakutsk, a quien debemos la primera y muy fantástica representación  de un mamut (que acompaña esta entrada), basada en descripciones indirectas, en la que se dibujaron las orejas puntiagudas, las defensas divergentes a ambos lados, sin trompa y con pezuñas que recuerdan más bien a las de un bóvido. En general, el aspecto recuerda al de un cerdo un tanto extraño. El mamut de Adams aún se exhibe en el Instituto de Zoología de San Petersburgo.

Desde entonces, la abundancia de hallazgos y de estudios minuciosos, especialmente a partir del siglo XX, nos han ido permitiendo conocer cada vez mejor las características físicas, modo de vida y demás vicisitudes de estos animales. No obstante, aún hoy existen ciertos tópicos falsos y ampliamente extendidos sobre los mamuts, como el de que su tamaño era gigante o que pasaban su vida sobre la nieve y el hielo. El mamut lanudo era un elefante que desarrolló unas adaptaciones muy avanzadas para vivir en un clima frío y árido, pero compartía muchos rasgos comunes con el elefante asiático, que es su pariente vivo más próximo, por ejemplo su talla: la altura del mamut adulto se situaría aproximadamente entre 2,50 y 3,20 m, muy semejante a la del elefante asiático. Respecto a su hábitat, hay que tener en cuenta que es un animal herbívoro, por lo que no podría vivir continuamente sobre los hielos, ya que no encontraría alimento. Por el contrario, vivía en un paisaje cubierto de vegetación herbácea, donde los árboles serían muy escasos, conocido como “tundra-estepa”. En invierno, debido al intenso frío, este paisaje estaría cubierto de nieve, pero la aridez del clima impediría que la cubierta de nieve fuera muy gruesa, pudiendo apartarla fácilmente con sus defensas para acceder a la hierba que crecía debajo.

Actualmente existe una ingente literatura sobre los mamuts lanudos, desde publicaciones puramente científicas hasta literatura para niños, pasando por toda la gama de lecturas divulgativas. Incluyo aquí debajo las referencias de dos libros, divulgativos pero rigurosos, que considero indispensables y que, sin duda, permitirán conocer mejor a estos gigantes lanudos:

Adrian M. Lister and Paul G. Bahn, 1994. Mammoths, giants of the ice age. Macmillan, New York.

1 comentario:

  1. Debia de ser algo bocazas el santo ese. Quizá fue santificado por le padecimiento que sufrió con sus muelas...

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