El ambiente en el que vivieron nuestros antepasados
a finales del Pleistoceno parecería, sin duda, muy hostil a la vista del hombre
actual. No sólo debían enfrentarse a severas oscilaciones climáticas, en que
las temperaturas podían ser semejantes a las que encontramos actualmente en
Siberia, sino que tenían que compartir su territorio con multitud de animales
peligrosos. La fauna que conocieron los primeros Homo sapiens que
llegaron a Asturias se asemejaría la que vive hoy en la sabana africana, con grandes
herbívoros, como los mamuts, rinocerontes, bisontes o caballos; y grandes
“fieras”, como los leones, leopardos y hienas. No obstante, el clima en el que
vivieron estos primeros hombres “modernos” no tendría nada que ver con el de la
sabana, pues era muy frío y árido. Al final de las glaciaciones, esta gran
fauna desapareció: el cambio climático ocurrido en esa época tuvo una gran influencia
en esta crisis ambiental pero, sin duda, el papel del hombre fue también
fundamental. El impacto que tuvo la actividad de nuestros antepasados sobre el
ecosistema ya se hizo notar al final del Paleolítico, pero creció
exponencialmente con la llegada del Neolítico: el hombre se hizo dueño del
territorio y multiplicó su población exponencialmente, modificando el paisaje y
destruyendo el hábitat de los grandes herbívoros, que fueron diezmados (y,
algunos, domesticados). Asimismo, la creciente población humana no podía
compartir el territorio y los recursos con los grandes depredadores. De este
modo, comenzó un proceso de eliminación de los grandes carnívoros que, poco a
poco, fueron reduciendo su extensión hasta desaparecer totalmente de Europa.
Poco nos queda hoy de aquella gran fauna: el ciervo, el jabalí, el corzo y el
rebeco son los únicos grandes herbívoros autóctonos que pueblan hoy el
territorio cantábrico. Junto con ellos, los dos grandes carnívoros: el oso
pardo y el lobo, dos auténticas joyas que deberíamos proteger como nuestro más
valioso patrimonio.
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Vista lateral del cráneo de león (Panthera leo) Foto: Diego J. Álvarez-Lao |
Afortunadamente, cada vez son más y mejores las
evidencias que nos hablan de cuáles y cómo eran aquellos animales que
compartieron Asturias con nuestros antepasados hace algunos miles de años. El
hallazgo más reciente viene del concejo de Llanes, el más prolífico de Asturias
en vestigios de nuestra prehistoria. Se trata de una sima situada al pie del
Cuera, muy cercana a la localidad de Porrúa, donde hace tres años los
espeleólogos Pablo Solares, Victoria Álvarez y Emma Prieto descubrieron los restos de un león (Panthera leo). A
principios del presente año se llevó a cabo una excavación en la que se
recuperaron gran cantidad de restos del citado félido. Junto con él, se
hallaron también algunos restos de leopardo y de lobo. La cavidad, comunicada
al exterior por una sima (pozo natural) vertical de 16 metros, actuó como una
trampa natural por la que estos animales cayeron accidentalmente y murieron,
bien por el impacto o por inanición, al no poder encontrar alimento. La mera
presencia de dos especies tan infrecuentes en los yacimientos Asturianos, como
el león y el leopardo, ya le confiere una alta relevancia al yacimiento. Hasta
la fecha sólo se habían citado restos de león en las cuevas asturianas de Quintanal (Llanes),
Balmori (Llanes), Jou’l Llobu (Onís), La Parte (Siero) y la Paloma (Oviedo).
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Cráneo y extremidades anteriores del león. Foto Diego J. Álvarez-Lao |
Los
restos de la sima porruana son los más numerosos y mejor conservados: se ha
recuperado una buena porción del cráneo, con sus mandíbulas, y gran parte de
las extremidades anteriores, incluyendo las “manos”, que se encuentran muy
completas. El resto del esqueleto es más fragmentario. Tras una minuciosa
restauración, que ha llevado más de dos meses, parte del esqueleto ha podido
ser reconstruido, resultando de una gran espectacularidad.
El
estudio científico está actualmente en curso y se publicará próximamente. La edad del yacimiento aún es una incógnita: se espera
datar el esqueleto (mediante el método del Carbono 14) en corto plazo, aunque,
con toda probabilidad, su edad corresponde al Pleistoceno Superior, muy posiblemente
entre 20.000 y 40.000 años.
El
león que vivió en Europa durante el Pleistoceno pertenecía a la misma especie
del actual león africano, pero su aspecto era diferente. En primer lugar, era
de tamaño y robustez apreciablemente mayor. Por otra parte, aunque no hay
evidencias concluyentes, todo apunta a que los machos no tenían la
característica melena que lucen los africanos. Esta pista procede del arte
paleolítico: ninguno de los leones representados en las cuevas europeas posee
este rasgo tan llamativo, incluso cuando están representando explícitamente
ejemplares machos (como es el caso del famoso grabado de Les Combarelles, en
Francia).
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León (Panthera leo) Ilustración: Diego J. Álvarez-Lao |
Los
leones llegaron a Europa durante el Pleistoceno Medio, hace unos 600.000 años.
Antes de su llegada, el máximo depredador europeo era el denominado “tigre de
dientes de sable” Homotherium latidens. Durante un tiempo, ambos
depredadores coexistieron en competencia. En Asturias tenemos una evidencia del
tigre de dientes de sable en el yacimiento de El Milagro (Onís). Finalmente, este
gran félido desapareció hace unos 400.000 años, dejando el lugar de máximo
depredador al león, que dominará Europa hasta que los seres humanos lo exterminaron,
hace apenas 14.000 años.
La
proliferación en los últimos años de obras públicas y de exploración
espeleológica, sobre todo en el oriente de Asturias, está proporcionando una
cantidad y calidad de hallazgos sin precedentes y permitiendo conocer con gran
detalle la fauna y el ambiente en el que vivían nuestros antepasados
paleolíticos. Debemos sentirnos afortunados de contar con tan valioso
patrimonio.